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8 de enero de 2021

COMUNIDADES INDIGENAS, LLUVIA Y MUERTE INFANTIL. Muchos recuerdos tengo de los últimos 27 años de trabajo en la Sierra Norte con familias de niños de pequeñitos y enmedio de una fatal pobreza, pero en estos andares hay algunos que se graban tanto que casi podría pintarlos si mi mano tuviera la habilidad de plasmar cada detalle como lo tiene un artista o si mi letra fuera lo suficientemente precisa e impecable para expresar sencillamente lo vivido por mi porque no para todos es igual. Esta es la historia breve de uno que marco mi vida que quedo lacrado en mi corazón no se por qué ni para que, de esas cosas que se te presentan y no hay explicación alguna pero te marcan un antes y un después, algo casi tan fuerte como el ver a tu hijo nacer y al poco morir, yo me entiendo. Por aquellos años, ya no sé cuántos, yo era joven y trabajaba de sol a sol en la comunidad tratando de llenar mis brazos vacios, esa es le verdad que sólo yo sé. Era gris aquél día en que se estrelló mi alma con la impotencia y el espejo claro de mis propios fantasmas. Gris como esos que penetran en los huesos y calan con frío de témpano oscureciendo el alma, lluvia torrencial por dentro y por fuera, alocada e imprudente. Bajo esa clásica cortina de agua que enjuaga las serranías del pueblo deslavando sus verdes y apagando las hogueras de refugios -porque no se les puede llamar casa, me digo- De pronto ahí, sin sombrilla ni capa para cubrirse vi llegar a un hombre con la clásica camisa de manta blanca abierta completamente dejando el torso moreno al descubierto, pantalón de un color que ya no recuerdo porque iba del negro pasando por gris y café-lodo, no sabría decirlo, sobre una calle muy empinada con cabeza baja arrastrando su existencia, huaraches presos de un caudal que los cruzaba sin impedimento alguno, y asi, lento, parsimonioso, se acercaba. Por detrás una mujer muy joven, morena, delgada, envejecida en unos cuantos días y siempre detrás como es costumbre arraigada en este mundo del que no todas logramos salir. No sé si enlazo mis palabras o no pero verlos de lejos bajo ese desplome del cielo sin protección alguna, me llamo tanto la atención que no lo puedo borrar. Se acercaron lentamente y pude apreciar los rasgos indígenas de ambos, ella encorvada y doblada por la mitad y él piel sobre hueso que bajo la camisa pegada al cuerpo se dibujaba tal cual. Creo no haber visto, ni en mi rostro, ni en mi momento, vacío tan grande y pena tan pura en su esencia. Su hijo recién nacido acababa de morir a los 3 días, coincidencias que producen escalofrío. Tal vez eso se explicara bajo alguna morbosa teoría psicológica pero fue así. No lloraba tanto el cielo como los ojos del padre, que intensamente negros como noche dentro de la noche, eran torrentes permanentes de un caudal infinito. No se cuánto tiempo paso mirándome ni cuáles fueron sus palabras ni las mías, solo silencio y agua, es solo que esa imagen con frecuencia se me asoma en aquel lugar oscuro dónde guardamos las heridas lo miedos y las rebeldías contra lo que sea que hay o creemos que existe. Ahí agazapada está siempre al acecho y no es que yo la alimente aunque mucho se pregona que hay que vivir el día, un día a la vez, el hoy es maravilloso por ser vida, hay que dejar ir.... y mil mierdas y palabras vacías que en esta época Covid se desparraman por todas partes, tanto que cierro todo y prefiero aislarme porque aun siento enojo, rabia, coraje y me salen reclamos y culpas extrañas para poder explicar lo inexplicable. No querían nada, nada porque no tenían nada, porque su vida ha sido nada, porque no conocían un techo, una pared o un piso que no fuera de tierra, nada porque de noche se despertaban levantando las cobijas para que el agua cruzara su espacio sin mojarlos y después de horas de espera a que bajara el torrente, volverse a echar, como animales, como seres desechables, como inexistentes como ajenos como de otro mundo. No se más que decir, ese niño muerto debió haber vivido porque lo único que necesitaba era un médico bueno, un traslado que solicitamos desde el primer día y nunca llego, aunque estábamos en un HOSPITAL REGIONAL, de lo que no es a la fecha ni Hospital ni Regional porque se entiende para algunos, para la gente del pueblo, que solo son cascarones que adornaron algún día la vestimenta de algún corrupto político. Se pusieron camas, gabinetes, hasta unas infames flores sobre los escritorios de los supuestos médicos vestido de blanco, nada más que títeres, seres sin capacidad de decisión sin vocación, móviles de un sistema denigrado de la medicina. Fotos, entrevistas y un corto video y todo acabó. Las llaves no tenían agua, no había luz eléctrica, ni medicinas en los gabinetes ni instrumental. Que engaño para un pueblo que no se respeta, que no se ve, que no tiene voz porque eso sí, somos callados, anónimos, borregos y culturalmente anodinos. Ni se si la palabra es precisa ni me importa. Ha cambiado un poco, bueno, en 15 años era de esperar, pero no aquél día en el que no había nada ni ambulancia, ni médico ni enfermera ni medicina. A veces escribo esto y me veo sin explicarme nada, sin sentido en la vida, impotente e incapaz, inepta, ignorante, vacía...... Bueno aquí me quedo porque sigo sin entender lo que en mi interior se mueve, y prefiero enajenarme con otra cosa. Cuántos serán esos niños que debiendo estar aquí pasaron a otra vida sin saber del sol, de la tierra, del amor, de la alegría? Tal vez, y lo digo con pena, están mejor.